La presencia española en Sicilia, Cerdeña, Nápoles y Milán fortaleció la dimensión europea de la Monarquía de España en la Edad Moderna. A través del Consejo de Italia, virreyes, gobernadores, diplomáticos y agentes, se configuró el gobierno de Italia y se tejieron redes clientelares y de servicio al rey. El respeto a lengua, costumbres e instituciones locales fue la esencia de esta dialéctica del poder.
No resulta exagerado afirmar que el desarrollo de ese ámbito de estudio que desborda las actuales categorías nacionales, es esencial para comprender las formas políticas y culturales de la Europa Moderna. La Monarquía de España bajo la Casa de Austria se configuró como una red de centros cortesanos donde debía mostrarse el esplendor y magnificencia de la corte regia, a través del impulso de las culturas de cada territorio, la creación de imágenes de la realeza o el ceremonial de virreyes y gobernadores que representaban la propia persona real. Los virreyes y gobernadores se convirtieron en agentes de la Monarquía y enviaron obras de arte para la decoración de los Reales Sitios en España. Pero la integración de estas cortes no siempre fue fluida. Las luchas faccionales, los intereses regnícolas, la complejidad social y las múltiples tensiones y políticas, desembocaron, en ocasiones, en revueltas. Por todo ello, el estudio de la Italia española tiene plena vigencia. Desde la literatura, la historia y el arte nos podemos acercar a esa Italia de los siglos XVI y XVII, todavía desconocida para muchos, en la que hubo una intensa presencia española de la que aún pueden contemplarse huellas profundas, sobre todo en la arquitectura y en las otras manifestaciones del universo estético y cultural que hoy identificamos con el Renacimiento y el Barroco.